DESGRACIADO CUPIDO

En una noche fría y tenebrosa, el viento soplaba con un aullido que retumbaba en toda la habitación. Cupido apareció de repente, acorralado junto a la ventana, su figura etérea destacándose bajo la luz lunar. Sin pronunciar palabra, me entregó las llaves de su corazón, que brillaban misteriosamente en la penumbra. Al día siguiente, aún sintiendo la extraña energía de la noche anterior, corrí hacia la puerta de mi vecina. Al llamar, una voz familiar, dulce y fina, me dio los buenos días, invitándome a entrar. Sentí cómo la adrenalina recorría mi flaco cuerpo, llenándome de expectativa. Sin embargo, al cruzar la puerta, esas vibraciones se desvanecieron, en lugar de la cálida tranquilidad que supuestamente ofrecía el interior.

Frente a mí se alzaban unas escaleras que llevaban al segundo piso. En ellas, había esqueletos atados con cintas de colores y, en el último escalón, una pareja de ancianos sentados en el suelo. Sus cabezas giraban al ritmo de un carrusel y, de nuevo, los motores de mi corazón se encendieron de terror. Inmediatamente giré para salir, pero la puerta se cerró de golpe y la casa comenzó a temblar. Gotas de sangre comenzaron a fluir desde el techo, transformándose en rosas negras.

Me dirigí al final del pasillo, donde mis ojos se encontraron con la cocina. No podía creer que aquella joven—rubia, de tez blanca y ojos verdes, con rostro angelical y cuerpo atlético—fuera en realidad una maniaca, asesina y demoníaca, a la que le gustaba desmembrar cuerpos. Sobre la mesa de madera estaba un hombre calvo, de piel tan clara que parecía casi blanca. Su rostro redondo estaba tenso, y su cabeza colgaba en el aire, apenas sujeta por un trozo de piel desgarrada. Faltaban sus brazos, que se encontraban tirados en el piso teñido de rojo, junto a los pies, minuciosamente cortados y esparcidos alrededor de la mesa. El hombre estaba desnudo, desprovisto de cualquier cosa que pudiera ocultar la grotesca mutilación. Su vientre ofrecía un panorama macabro y vacío, como si nunca hubiese contenido tripas alguna vez.

No pude resistir la escena. Vestido de terror, el olor a sangre se me metió en el estómago. De inmediato, sacó el revoltijo, las tostadas y el jugo. Mareado y sofocado, salí de la cocina casi gateando. Al llegar a la sala, ya se había acumulado una montaña de rosas negras que obstruía el paso. Empecé a abrir espacio, y dos voces surgieron de la cocina gritando "¡Soy tu destino!". Al mirar, me quedé sorprendido. Eran los dos ancianos. El hombre llevaba a la anciana al cuello y ambos chocaban sus cuchillos de metal como si los estuvieran afilando. Comencé a cavar, sintiendo que el alma se me escapaba por la boca. Cuanto más se acercaban, más rápido cavaba. Por fin, vi la puerta de entrada, pero mi media naranja se cruzó frente a mí, y con una risa sensual, atravesó mi garganta.

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