DOÑA PETRA

Hay letras que ascienden y descienden con una sonrisa hacia la tierra. Hay serpientes en el gallinero de Doña Petra, y la pobre no puede cazarlas sola. Se comen los huevos y sus polluelos no llegan a ver salir el sol. No tienen tiempo para conocer la vida, para conquistar los sueños que se forman durante su desarrollo. No disfrutan de la sabrosa comida que prepara Doña Petra. Su imaginación se ha convertido en un desorden vacío e incomprensible. Nunca más habrá alguien a quien cantar, escribir un poema, o hacer un cuento, ni una simple poesía que pinte el arco iris de su destino bajo el cielo rojo.

Las metáforas de la enseñanza se marchitan envueltas en el pétalo de una flor silvestre del jardín de Doña Petra. Sus palabras se quedan vagando en la soledad que rompe su corazón con fuerza. Es el cristal de sí misma, reflejado en los polluelos. Hay noches y días tormentosos que desgastan la fuerza de su vejez. No hay consuelo en palabras vacías para un huevo vacío que perturba las neuronas de su espíritu. ¡Oh, soledad! ¿Por qué no te comes las serpientes culpables de esta agonía? O, ¿por qué no permites que me consumas a mí, ya que estoy vieja y cansada de cuidar a tus polluelos?

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