EL MAGO Y LA MARIONETA
Oh marioneta, ¿qué transparente energía te persigue? Andas como Lora, soltando la lengua; esa es tu fuerza, la de una yegua desbocada. ¡Naa, no te creo! Incluso ese pobre caballo conoce a su domador. Se murmura que eres un eco de mis actos; creo que mi razonamiento humano me lleva a pensar que soy famoso en tu cerebro, pero tengo un dilema: no sé con qué mano darte mi autógrafo. Sin embargo, puedo prometerte algo sencillo de entender: en la mesa, siempre se supo quién era el traidor. Mastica y traga tu propia saliva; te hará falta.
Siempre he jugado en el tablero de blanco y negro, muevo la ficha sin mover la mano; en el juego, me llaman el Mago Rojo. Pero tú no sabes nada de eso, pues la fantasía tuya de ser un gánster resulta patética. Musa, dame 13 lunas rojas para este perro hambriento. Siento pena por él, por eso, encierro el significado de su locura en una botella sellada y la arrojo al fondo de su deprimente existencia. Dejo que ella haga su trabajo; al final, la carta seguirá siendo la misma: su propia laguna dónde se esconden todos sus demonios.
—Esos son leones sin dientes, —me comenta la musa al otro lado de la línea telefónica—. Pero entre ellos se entienden; ellos harán el trabajo que siempre saben hacer.
Yo, el Mago Rojo, con las 13 lunas rojas, voy rumbo a París para pintar un cuadro surrealista, pero lleno de vida. El terror lo doblo en el arte que abre las puertas del entendimiento. Las palabras no se fuerzan, surgen solas y tejen un lazo de esperanza entre el buen lector y yo. Ambos sabemos que el tiempo es sagrado y corto, que la luz que ilumina mi templo eclipsa su oscuridad.
La marioneta canta sin cesar desde su balcón, pero a nadie le interesan sus palabras; es triste y vergonzoso ver arrastrar un sueño sin una crítica constructiva, es ahogarse en un vaso de mediocridad. Pero, ¿qué más da? Un cerebro que no se actualiza y solo calumnia, su mundo es tan vacuo como una lámpara sin bombilla, un tanque de agua vacío. Tan vacío que busca mi atención.
Hoy, si decidiera salir por la marioneta, ¿qué podría ofrecerme? Un verso sin sentimiento, un verso paralítico, aquellos que residen en la nada y son incapaces de mover el alma humana. Versos muertos, y los vivos, como yo, no nos alimentamos de tales cuentos. Alerta al asalto psicológico, que sí está floreciendo entre estos perros. La marioneta canta y sus neuronas estallan en lágrimas, pobres, no quieren estar en ese vacío negro lleno de gusanos voladores convertidos en vampiros desdentados. Y me río mientras escribo, disfrutando saber que el terror ya vistió su capa negra. Le ofrecimos un Ferrari rojo y rehusó; prefirió una guagua fúnebre.
—¿Para qué quieres una guagua fúnebre?, le pregunté. —Y me respondió—, Para el tonto que piensa que tú estás solo. Lo voy a pasear por toda esta ciudad para que todos sus amigos lo acompañen a ver la Puerta del Sol, o quien sabe, de las 13 lunas rojas.
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