EL MASOQUISTA
No importa que el impostor de letras grite a los cuatro vientos: ¡masoquista! Aun así, seguiré detrás de tu amorcito. Si las musas en las noches le contaran a tu amigo que mi asesina se hace terca y de rogar, las noches serían apasionadas y llenas de adrenalina, en cualquier cantina de la esquina. ¿Cuál es la culpa que ha cometido Cupido en mí? Si el cínico me ha entregado disfrazada la oscuridad.
¡Masoquista, masoquista, masoquista! gritaba Cupido a los cuatro continentes mientras se alejaba. Ahí estaba yo, tirado de rodillas, gimiendo de dolor por mis oídos ensangrentados. Miraba mis manos temblorosas. En ellas se dibujaban miles de tumbas, y de ellas salían lenguas cortantes con pequeñas coronas, unas más grandes que otras. Apreciaba en el auténtico enloquecedor paisaje cómo las pequeñas impactaban a la prostituta.
El fuego consumía su columna vertebral y se derramaba en el infierno del río ardiente que abrazaba sus pies. Aquellos planes macabros del mirador de almas se apagaron, se espumaron en aquel azufre. No pasaron ni tres segundos cuando bruscamente hubo una gran explosión, y las ondas que provocó hicieron desaparecer las tumbas. En medio de aquel desierto cayeron centenares de rayos rojos que provocaron un torbellino, y de él salió una corona gigante que, al parecer, venía con hambre. No se salvó ni una minúscula. Todas visitaron el estómago de aquel rey que gritaba: “¡masoquista, masoquista, masoquista!”.
No pude resistir más aquellos gritos y cerré la mano. Salí corriendo hacia el espejo del armario que estaba al fondo del pasillo estrecho, y antes de llegar, este se engranó y me gritó: “¡masoquista, masoquista, masoquista!”. Retrocedí y, pegándome en el pecho, me dije amargadamente: “¿qué culpa tengo de haberme enamorado de sus ojitos de esmeralda si a ellos les sumé cientos de piropos? Hasta le juré por la sangre que lleva en sus manos que ese corazón negro y amargado sería para mí”.
Luego le señalé con furia: “aunque tu novia, la luna, se vista de rojo y no quiera alumbrar el sendero tenebroso de mi guerrero, yo estaré ahí, luchando con los demonios que se crucen en mi camino”. Nuevamente dijo: “tu intelecto en mano es en vano. Tus movimientos feroces son cortados por la mitad. Tu terquedad se convirtió en aborto, un pobre y desechado canto para aquellos senos que te amamantaron. Son la agonía de sueños y visiones. Por eso me entretengo en el valle de tus pensamientos. Ahí es donde verdaderamente mi vida tiene sentido. Pobre masoquista lector”.
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