Némesis nocturna

"En sus santuarios, el sol rehúsa amanecer y moran bajo el sombrío velo del temor. Sus relatos se dedican a la penumbra y su artificio, donde incontables corazones yacen en cautiverio en las prisiones del sufrimiento. Solo los sabios de lenguas elocuentes, aquellos que emplean el astrolabio para orientar sus pensamientos crudos, conocen las auténticas causas. En este último cosmos, sus vocablos son como versos modestos, regurgitados por el viento. No se hallan caricias en la dulzura emanada de la sepultura de sus almas. ¡Oh, desamparados poetas errantes, mi corazón se lamenta por vuestro destino! Es ese cuervo conocido como el Adversario quien les retribuirá con doble porción por su demencia. Ellos ingenuamente creyeron haber encontrado el antídoto a su veneno en ese bosque macabro. Sí, allí mismo donde hallaste el frasco con ese líquido carmesí y lo bebiste como si fuese la última gota de agua en tu yermo.

 

En la lejanía de mi visión, visualizo a otro escritor sumido en la melancolía. Se sienta en su lecho, cabeza agachada, mientras un frasco de píldoras reposa sobre la cercana mesa. Un pensamiento lánguido, frágil, susurra que se precipite desde un puente. Otro, sin pedir permiso, entra y se sienta a compartir un almuerzo en el comedor. Con imperio, le dicta que apunte el arma a su sien. Pero entonces, llega ese águila resplandeciente que ha surcado miles de mundos ignotos para el humano y, apresurando sus palabras, le dice, alentándolo, que el arte es maravilloso y solo los valientes lo erigen.

 

Existen aquellos que aprehenden la gracia de forma más ardiente y son reconocidos, embadurnados en legados. Sin embargo, el arte sigue siendo el mismo hechicero, querido poeta errante, escribas de mundos abiertos. Permíteme anexar que en la oscuridad y la angustia hay una fuerza poderosa que germina. La creatividad fluye como un río desbordante, rompiendo las cadenas de la tristeza y encendiendo una chispa de esperanza en el corazón del artista. Es en esos instantes cuando el arte nos muestra su auténtico poder y nos recuerda que incluso en las sombras más profundas, el genio creador puede iluminar las almas y transformar el mundo con sus letras, desplumando al cuervo que se alza de las fauces del dragón en llamas."


Mis estigmas cosquillean

Pensamiento analítico, pensamiento crítico, pensamiento apocalíptico. ¿A cuál de ellos sometemos a nuestro amigo? El estado emocional es crónico, producto de su narración. El pobre es débil, afirmó la musa.

 

Sus manos congeladas por su apoyo incrédulo hacen fuerza en vano. Ilusión, cero convicciones. A vuelo de cohete arrastra una triste esperanza. Musa que espera bajo el árbol de la constancia a que el muerto viviente se levante. Los años pasan y pasan, y van pasando.

 

Un pensamiento analítico acaba de llegar a mi mente. Su cabello se desprende. Su dentadura se desploma. Su cuerpo se incorpora tres pies al sepulcro. Su mente está en blanco, sus arrugas son sólo cicatrices de su amargura, de su envidia, de su filosofía macabra.

 

Un pensamiento crítico es mirarse al espejo y saber que no hay nada frente a ti. Un pensamiento apocalíptico, ese soy yo, sí yo que soy elegante como un zafiro, el rey fuerte, la musa viviente que marca tu traslado al infierno.


Inolvidable

Todo era un caos aquel inolvidable día de verano en San Diego, California, del 2015. Mi miserable padre se había vuelto loco. Había enviado a mi santa madre al otro mundo. No podía creerlo cuando el día anterior, a primera hora de la mañana, estaban felices por su aniversario de bodas. Incluso salieron a comer y a festejar. Volvieron muy tarde por la noche, cosa que no solían hacer. Pero, ese día iba a ser inolvidable para mi madre y para mí. Seguro que se sentía en las nubes. Habría recordado aquellos tiempos de juventud en los que uno hace lo que sea para ganarse el amor de otra persona.

 

Entre lágrimas y sufrimiento, traté de recordar su despedida. Recuerdo que estaba jugando a un videojuego en la computadora cuando, de repente, veo a mi madre con una sonrisa en su hermoso rostro que iba acompañada de una pregunta. Me preguntaba cómo se veía con su traje negro que dejaba al descubierto su blanca espalda.

 

Estaba un poco confundido al ver tanta alegría transmitida por mi querida madre. En aquel momento empezó a dar vueltas como una bailarina, algo que me hacía desde pequeño delante de mis amigos para que me molestara. Le dije que estaba muy guapa y de paso le pregunté para dónde iba tan refinada, pero su respuesta fue invadida por mi miserable padre. Él mismo la tomó de las manos y se la llevó.

 

Durante la mañana y la tarde siguientes, el sol había brillado, dando un resplandor como nunca. Pasaron las horas y el tiempo comenzó a acumular nubes que en poco tiempo se pintaron de un gris oscuro y pronto se rompieron y derramaron su refrescante lluvia.

 

Fui a la habitación de mis padres. Intenté abrir la puerta, pero estaba cerrada. Lo cual me pareció muy extraño porque eso era algo raro en nuestra casa. Pero, recordé su partida y pensé que habían llegado casi al amanecer y seguramente estaban agotados. Fui al patio y recogí la podadora que había utilizado durante la mañana. De paso, recogí la ropa de mi madre que estaba en el tendedero.

 

Al regresar a la casa, se me ocurre prepararles un delicioso desayuno y aprovechar para felicitarles por su aniversario. Eso fue exactamente lo que hice. Cogí las llaves de la pared y fui a la habitación. La abrí y encendí la luz. Mi cuerpo se congeló cuando vi a mi querida madre tumbada en la cama con su vestido de novia todo ensangrentado. Los platos se me cayeron de las manos haciendo que recobrara el sentido. Me dirigí con gran sufrimiento hacia mi madre. La tomé en mis brazos, pero ella no hizo ningún gesto de supervivencia. Grité "mamá" tres veces, pero seguía inmóvil. La abracé y la besé durante un rato y luego mis ojos recorrieron toda la habitación en busca de mi maligno padre. Allí estaba, colgado del armario con una cadena al cuello, pero no me indigné en revisarlo. Sólo miré al suelo y hallé el cuchillo ensangrentado que faltaba en la cocina. 


Flamenco Goliat

No dejes tu ego drogarse ni mucho menos digas que eres el mejor cuando te has perdido en el camino y has preferido abrazar el fuego. Si bajo este sol ardiente mi presencia en tu terreno seco se enrosca a presión es por eso por lo que en tus ojos moribundos se esconde lo deshonesto.

 

Tus alocadas alas rosadas no dan para más, están cansadas y hastiadas del orgullo que te esclaviza, pero ¿quién sabe si surja un milagro en tus flacas piernas? O mejor digámoslo en plural.

 

Milagroso sean los pasos futuros en el lago fangoso de tu cerebro. Si aún no entiendes que tres puñales fueron sepultados en su corazón y tres cruces existieron en el Gólgota. La sangre inocente cubrió toda la tierra y la justicia divina utilizó su naturaleza para cargar su propósito divino.

 

Oye con atención Flamenco. Hay consecuencias detrás de una mirada tierna y apasionada, detrás de una risa cósmica se esconden los secretos perversos del corazón y la desobediencia corre desaforada hacia el filo de la espada, una espada que va detrás del mundo cortando la brisa y si de risa habláramos enloquecería de placer sabiendo en mi sabiduría el por qué.

 

Sí, sé cómo te duele que mis pequeñas líneas destruyan la gigantesca historia que tienes dentro de Goliat. Cada una de las estrofas son tan vivas que te arrancan la cabeza. Por eso ardes por dentro porque he venido a mover lo que has construido durante años. ¡Oh, mi amado Flamenco! ¿Qué fuerza tienes para mostrarme lo que están hechas tus plumas? Haz lo mejor que puedas en tu aburrida imitación.

 

Elévate como el águila y estaré listo con mi lanza en mano para derribarte del vuelo. Anhelo ponerte el velo rojo para que descanses en paz, Flamenco Goliat.


Luto Rojo

Soy eterno en tu cuerpo de asesino. Con mis versos te hago daño. Soy un técnico de mil besos que se rompen en pedazos encima de prosas que juegan al rechazo. Despedazando tus brazos, vivo. No tengo cuentas pendientes con el testigo que salió del trigo, si no contigo, mundo pervertido.

 

En el simulacro de los huérfanos ando aferrado. Hambriento de un espíritu de gladiador que esté dispuesto a morir en su quebranto. No hay mediador severo que conquiste mi juicio. Es el infame tu apellido y el engaño tu nombre. En tus ojos veo un sombrero de luto rojo eterno.  Son demorados esos pensamientos hacia mí y un encanto lleno de cánticos santos trazaron nuestro destino.

 

Adversario de mil demonios. Cegado eres por mi presencia. Vengados desde el principio están los fetos que arrancaste del vientre. Vendados están los muertos que fueron quemados con tus manos. Recemos juntos, viuda bajo el último humo de esta selva sangrienta. Pongamos el manto de lágrimas frente a tu corazón y comamos hasta quedar satisfechos.

 

Luego cantemos bajo la sombra de sus poderosas alas y hagamos un arco de mil colores para cuando desfilen los santos arrastren al fuego a la serpiente y al aborto. Mundo perverso, ¿dónde caerán tus gritos? El socorro no mostrará su rostro y dirán los que caminan a tu lado que el poderoso es injusto. Un asunto astuto está a punto de traspasar tu cerebro.


SIN DESTINO

Cuando atravesé la puerta me imaginé muchas cosas. La vi tumbada en la cama jugando con su pelo negro. Me sentí como un soldado en guerra listo para la batalla con el corazón muy ligero. En ese momento mi cuerpo se llenó de adrenalina y las venas comenzaron a brotar cuando ella se llevó su frágil dedo a la boca. Seguramente podría sentir los latidos de mi corazón a kilómetros de distancia si fuera necesario. Sabía que estaba muy excitado y eso la hacía sentir muy cómoda. Su lengua se movía sobre sus labios como si estuviera saboreando un helado y eso me causaba un terror psicológico porque sabía a qué me iba a enfrentar.

 

No era una adolescente, pero se mantenía mejor que algunas de ellas. Su hermoso y frágil cuerpo delgado dejaba un aroma cautivador que llenaba la pequeña habitación. Me acerqué con mucha delicadeza a su piel morena y eso me dio un poco de confianza al saber que ella también sentía lo mismo que yo. Sus brillantes ojos verdes se enlazaron con mi alma. Eran tan hermosos que podía perderme bajo su naturaleza femenina. Me pregunté cuánto tiempo habría tardado Dios en crear esa belleza. Su perfil perfecto flaqueaba cada vez más como el de una adolescente que finge no estar asustada por su primera aventura. La mujer sabía que estaba a punto de perderse entre mis brazos. Estaba a punto de experimentar las caricias de un joven de 18 años por primera vez.

 

Pasé mi mano lentamente por su vientre hasta llegar a su punto débil. Allí comencé a tocar y su cuerpo compensó el temblor de sus músculos. Era todo tan escandalosamente excitante. Luego recorrí ambos pechos. Jugaba con ellos. Los apretaba con tanta fuerza que los gemidos eran cada vez más fuertes. Y de repente ocurrió lo que cualquier primerizo desea. La guapa se subió a mi cuerpo. No tardó ni cinco segundos y mis ojos querían salirse de su sitio con cada movimiento. Era realmente inexplicable. Era lo más rico que Dios había creado para el ser humano. Lo estaba disfrutando tanto como ella y de repente, su cuerpo cayó muy rápido sobre el mío.

Todo se congeló y sentí el hombro caliente. Pregunté:

—Amiga, ¿qué pasó? —Pero no contestó.

 

Llevé la mano a la cabeza y también estaba muy caliente. La miré y me asusté. Era sangre lo que estaba experimentando. Me levanté muy asustado mirando a mi alrededor cuando me di cuenta de su cara. La mitad de su rostro había desaparecido. Corrí a la ventana y la revisé. No tenía ni un rasguño. Me llevé las manos a la cabeza y la sacudí hacia ambos lados. Estaba seguro de que en ese momento me encontraba desconectado de la realidad. No sabía lo que estaba pasando en esa habitación. Me abofeteaba a menudo. Me endosé las uñas por todos los brazos, incluso en la cara para ver si era una pesadilla, pero no, todo era tan real como el cuerpo de la mujer ensangrentada.

 

No sabía qué hacer. Si llamaba la policía seguramente me acusarían de asesinato. Caminé de un lugar a otro buscando una solución, pero la muy degenerada no aparecía. Así que me senté en un rincón a llorar esperando que mi queridísimo cerebro funcionara al cien por cien. En eso el muy cínico comenzó a mostrarme mi futuro en la cárcel. Me negué mil veces a esa imagen, pero era imposible ya que allí me atormentaba como un asesino. Vi como los presos se lanzaban sobre mi cuerpo flaco. Podía sentir sus afilados cuchillos entrando en mi estómago. Cómo me atravesaban la garganta y de nuevo me negué a ese sufrimiento.

 

Empecé a llamar a mis padres por teléfono, pero nadie respondió. Ya me sentía sin oxígeno. Así que me levanté sofocado y corrí hacia la puerta, pero todo fue inútil. La puerta había desaparecido como el cadáver de la mujer. No pude aguantar más y lo único que me quedaba era escapar por la ventana y ser libre, aunque fuera un fugitivo de la justicia americana. Varios minutos después, el apartamento se llenó de policías. Mi madre y padre no podían creer lo ocurrido. La sangre de su hijo habitaba toda la cama. Él mismo se había suicidado liberándose por la ventana al ser atormentado por una mujer que sólo existía en su mente.


ZEUS

Fueron tus besos los que me dejaron tirado en una esquina, pero tranquila, mañana será un nuevo día y seré el sol que incendiará tu camino. Correrás como loca por las gradas de este universo y por cada paso hay un verso amargo. Tú, mi bella trastornada, la de besos embrujados, sentirás que las plegarias que le haces al mago no tienen efecto. Pedirás a tus amigos los necios y ellos te vomitarán y te echarán de sus templos. El pueblo que te vio crecer tomará como ejemplo la desgracia de tu cuerpo. Cerraré los ojos y seré ajeno al llanto. Silencio mi amada, mujer traicionera, ramera de mil demonios, ahora mismo se acaba de abrir una puerta en la tierra. La misma puerta por la que saliste. No hay suerte que te proteja. No busques la suerte en ese crucifijo. El que estaba ahí ya no está. Está tan vivo que te entregó en mis brazos y en ese corto tiempo te cubriste con su manto. Disfrutaste de todo lo bueno que disfruta una reina y aun así no te importó destruir un tierno corazón lleno de amor. Síntomas de venganza son los que ahora se revuelcan en mi cama. Camarada, dame unas píldoras para calmar las víboras que están en mi cabeza. Son como plantas carnívoras que se convierten en doncellas herbívoras. Yo que fui plantado en esta tierra como un árbol que da buenos frutos, que da buena sombra, ahora vivo bajo la tormenta eléctrica de Zeus.



Pobre perro hambriento

En su búsqueda interna, ese perro hambriento se sumerge en las sombras del misterio, ese rincón profundo que se asienta dentro. El terror dibuja sus formas visibles y el aire, cargado de memorias, suelta aromas que activan el vómito, sin aviso previo.

 

Mi lápiz, intrépido, porta la esencia en su trazo que encadena palabras sobre la mesa. Se despliega sobre la libreta y las frases carcomen la mente macabra. No es necesario mirar tu autoestima, si la pobreza la anida, caída al suelo. Ella anhela lo que tengo, busca mi arte, pero mi esencia fluye sola, liberando lirismo desde el corazón de la musa.

 

Como una araña, tejí mi destino, disfrazándome de mago, entreteniendo a mis rivales con un simple truco. Ahora me siento en mi trono, observando cómo los leones acechan con sigilo a sus presas, en un baile de destreza. Les dejo una sonrisa que se desliza como una brisa que acaricia su necedad, pero mi risa sigue siendo mágica y tiene tanta fuerza que los envuelve en una sombra negra.

 

Nacido del humo, los dioses susurraban en risas calladas. En mi cuna de asfalto y polvo, las balas y la sangre dibujaban caminos en las cunetas, alimentando mi hambre y dándome abrigo. Detrás de una máscara, aprendí a jugar con los sentimientos, y aunque añoro a mis caídos, mi corazón se forjó en acero para resistir la tempestad.

 

Aún estos enemigos no recitan mis versos, los arrastró a su destino, una tarea ardua desarmarlos en su propio juego. Pero en mis ojos hay un brillo que enciende mi ánimo, una chispa de entusiasmo que nunca se apaga.

 

Cada voz que me recite fielmente encontrará fortuna y la sabiduría le abrirá las puertas con firmeza. Vivo aferrado a las promesas de mi padre, consciente de lo efímero del tiempo, pero ningún simple mortal define su curso. He descubierto la compañía de los dioses, pero sobre ellos hay un creador, aquel que ilumina mi senda.

 

Camino descalzo sobre brasas ardientes, un conocimiento que pocos ciegos poseen, el fuego me enseña su abrazo en cada paso. A veces tambaleo, pero al caer, elevo la vista hacia el cielo, al lugar que me aguarda, de allá viene mi auxilio, mi refugio entre las estrellas.

 

Pobre perro hambriento, que acecha en las sombras con afán violento; su envidia lo consume y lo deja sediento, pero mi espíritu se alza, fuerte y atento, imparable ante su débil intento.

BLANCO NEGRO

Lydia se cansó de su rutina diaria. Los vecinos entrometidos y hasta su propia familia le resultaban molestos. Por eso un día decidió mudarse a Filadelfia, la ciudad donde vivía su padre. En ese lugar seguramente formaría nuevas amistades que le aportarían algo a su alocada vida.

 

A la joven de tez blanca, pelo negro y ojos verdes, le encantaba salir de fiesta y llegar de madrugada. Su madre y su padrastro estaban cansados de ella. La aconsejaban todo el tiempo, pero era como poner el diablo sobre ella. Se volvía loca por romper todo lo que tenía delante, por muy valioso que fuera. Incluso le pegaba a su madre y su padrastro tenía que llamar a la policía. Luego la recogían por la tarde en el cuartel, donde la dejaban en una celda para ver si aprendía. Muchas veces el oficial de turno era el tío paterno. Éste aconsejaba a su madre que presentara una denuncia más a fondo. Así podría presentar cargos contra su hija, pero su madre se negaba. Sólo por una razón. Tenía fe en que su hija cambiaría. Pensaba que era una etapa temporal de la joven, y que todo volvería pronto a la normalidad. Volvería a ser esa niña tierna y llena de amor.

 

Cuando Lydia estaba en el avión, pensó en las fotos que le había enviado su padre cuatro años atrás en las que le mostraba una hermosa mansión, una refrescante piscina y un enorme patio. Su rostro dibujaba una hermosa sonrisa y sus ojos cerrados se adentraban en querer ver más de lo que no podía ver. La joven soltó un estallido jocoso por la boca. La gente que la rodeaba la miraba con cara de "Miren a esa loca. ¿Qué tiene de gracioso? "

 

Su padre la había enviado a recogerla al aeropuerto internacional de Filadelfia con su mejor amigo. El hombre llegó en un coche de chatarra. Lydia miró fijamente el carruaje mohoso que le pasaba frente a sus ojos y murmuró: "Pobre desgraciado no le da vergüenza conducir esa cosa".

 

Luego sacó un cigarrillo y lo encendió sin apartar los ojos de la chatarra. Observó cómo el hombre alto, delgado y de piel oscura se bajaba del Datsun y caminaba hacia ella. Poco a poco la figura se fue acercando y ella comenzó a llenarse de terror. El hombre traía toda la ropa engrasada y rota y para reforzar esa bella imagen su larga cabellera al estilo "dreads" maltratado no ayudaba en absoluto a la imagen que Lydia tenía de los amigos de su padre. La vergüenza que sintió casi la hizo convulsionar.

—¿Eres Lydia, la hija de Truqui? Preguntó con una sonrisa mellada.

—¿Quién? Respondió Lydia con cara de dolor.

—Me refiero a tu padre Eliel.

—Sí, pero supongo que tú no eres la persona que me lleva a él.

—De hecho, yo soy esa persona.

—¡No esperes que me suba a ese viejo y oxidado coche!

—No lo ofendas. El coche siente lo que dices. O, si quieres, puedes quedarte tirada aquí. ¿Vienes o te quedas? Sé que tu padre lo entenderá.

 

Lydia no tuvo otra opción y se subió. En el camino se mantuvo callada. Estaba furiosa, el sujeto le hacía preguntas, pero ella lo ignoraba. Cuando por fin llegaron, la joven dejó escapar una lágrima, estimulada por el barrio en el que acabó. Había basura esparcida por todas partes, perros sarnosos, drogadictos y hombres sin camisa con tatuajes por todo el cuerpo y con la mitad de la cara cubierta de pañuelos rojos.

 

Aunque parecía que Lydia encajaría muy bien allí por su alocada vida, no era así. Lydia no estaba acostumbrada a ese tipo de ambiente, al contrario, era más suave, más colegial.

 

Lydia desmontó, mirando a su alrededor con disgusto. Observó a los chicos que pasaban por delante de ella en sus motoras trepándolas en una goma tratando de llamar su atención. Se miró los pantalones blancos y estaban llenos de grasa. Gritó con toda su alma al cielo, llamando la atención de su padre. Eliel tardó en mirar por la ventana.

—¿Estás bien, cariño? —gritó.

 

Lydia no quiso contestarle, sólo decidió subir al tercer piso y entrando por la puerta, arrojó su maleta y se deslizó por el suelo alfombrado hasta quedar oculta bajo la mesa del comedor.

—¿Cómo te atreves enviar por mí a este andrajoso? —dijo señalando a su amigo—. Y para colmo, estos pantalones Gucci son caros. ¿Quién los pagará?

—Bueno, jovencita, no es para tanto. Si quiere, puedo traerle un par de pantalones de un tendedero. Aquí a la vuelta de la esquina siempre conseguimos. ¿Verdad, Truqui? Ofreció el mellado.

—¡Y para el colmo decide faltarme el respeto andrajoso!

—Bien. Se acabó, Lydia, —dijo el padre al ver la mala educación de su hija—. Por favor, no seas maleducada y dale las gracias por haberte recogido en el aeropuerto.

—Estás loco si crees que voy a disculparme.

 

La noche acababa de empezar y la joven ya se había calmado. Su padre respondió a cada una de sus preguntas, entre ellas, sobre la futura herencia que le tocaría. Algo que el padre no quería recordar porque su mente se transportaba en aquellos buenos tiempos donde todo era maravilloso, donde no cabía la palabra necesidad. Gracias al premio de la lotería electrónica se había llevado 10 millones.

 

Pero, así como llegó, se fue. Eliel no supo administrar el dinero y lo tiró al casino, donde también perdió su mansión y sus lujosos coches. La depresión fue tan grande que decidió acabar con su vida y comenzó a consumir drogas de todo tipo. Lydia dio una palmada sobre la mesa, y dijo:

—¡Así que mi padre es un vago muerto de hambre! Y para colmo, un adicto de drogas. Qué suerte la mía.

—Las cosas no son así, Lydia.

—¿No? Entonces dime, ¿cómo son las cosas en tu maravilloso mundo?

—Esto es una simple enfermedad que puede ser tratada. Incluso puedo ir a un centro de rehabilitación.

—No me digas. ¿Esperas que te dé dinero?

—Deberías o te olvidas de las veces que te he ayudado.

—¿Me ayudaste? Era tu responsabilidad ayudarme y cuidarme. ¿O estás olvidando que eres mi padre?

—Así que, te avergüenzas de mí. ¿Qué clase de hija eres? Ni siquiera puedes ponerte en mi lugar. ¡No sabes lo que he sufrido!

—Perdón ahora me estas manipulando. Qué asco.

 

Pero la conversación fue interrumpida por un hombre que apareció en la puerta. Su padre se levantó y le atendió.

—Veo que tienes mi presa.

La miró a través de la puerta y de Eliel.

—Sí, pero no puedes llevártela todavía, —dijo mirando a su hija.

—¡Ése no era el trato! Toma tu dinero y lárgate antes de que te vuele la cabeza.

 

El padre cogió los veinte mil en un sobre, miró de nuevo a su hija y se fue. Lydia corrió hacia la puerta, y el negro alto la detuvo lanzándose sobre ella. La llevó hasta el mueble y la abofeteó un par de veces. En el forcejeo, el negro recibió un arañazo en la cara y se lo devolvió con un puñetazo en el rostro a la joven.

 

La sangre comenzó a salir de su nariz. Lydia se quedó sin fuerzas y el sujeto logró quitarle la ropa y abusó de ella. Cuando terminó, llamó a sus hombres y se la llevaron desnuda.

 

La madre escuchaba todo lo que le ocurría a su hija a través del móvil. Lydia la había llamado cuando el padre fue a atender al sujeto y cuando vio que su padre se iba, lo puso sobre la mesa del comedor. Lydia le había pedido que le sacara el pasaje de vuelta, pero su madre le había dicho que tenía que aguantar una semana por dejarse llevar por las promesas de su padre y ser desobediente. En ese momento, Lydia empezó a incomodarse con la mirada diabólica que le dirigía el negro y le dijo a su madre que no colgara porque no le gustaba algo.

 

Media hora después, el padre y su amigo volvieron a la casa y vieron el mueble ensangrentado y Eliel le dijo a su amigo el mellado:

—Así es la vida, injusta y perversa. Espero que Lydia me perdone, si es que logra sobrevivir—terminó con una sonrisa y sentándose, prepararon una dosis de cocaína y heroína que habían comprado frente a su edificio, pero lo que nunca supieron es que no le vendieron droga, sino veneno de rata.

 

Para la madre de Lydia, escuchar los gritos de su hija seguirá siendo un momento rojo en su vida. Una tormenta que parece no tener fin. Donde cada día se ahoga en las súplicas que Lydia le pedía. "¡Mamá, por favor, ayúdame! ¡Mamá haz algo! ¡Están abusando de mí! Esa voz le torturaba el alma. Se levantaba aterrorizada llamando a su hija y a veces corría por la calle gritando el nombre de Lydia. Así estuvo durante años atrapada en ese sufrimiento rojo, pero sin perder la fe de poder encontrar su tesoro.

 

Un día inesperado, la policía llamó a la puerta y dio la noticia a la familia muerta en vida. ¿Cuál era?


Soberbia Intocable

Los vi caminar por los pasillos del castillo de arena. Iban muy felices agarrando la muerte en su mano derecha. Ella acariciaba sus pensamientos y aprovechaba el momento para ponerle un collar venenoso en su cuello. El cual tenía por nombre: Soberbia Intocable. Los vi, vi como el veneno se regaba dentro de sus cuerpos y llegaba a lo más profundo de sus corazones para luego apagar sus razonamientos. Comenzaron a galopar desenfrenadamente hacia el abismo. Los vi cuando Dios envió un mensajero para salvarlos de sus tormentos, pero lo rechazaron. Vi cómo se burlaban de él y le gritaban "¡Loco!" Era tanta la maldad que moraba en ellos que un día lo secuestraron y lo arrastraron por todo el castillo. Cuando se cansaron de golpearlo, le cortaron la cabeza.

 

Los días pasaban y los años culminaban para los que caminaban en el castillo de arena. Vi como aquel hombre de tez morena, ojos marrones, pelo negro, de renombre Ahuizote, le puso el tambor de caracol al AK-47 dentro de la guagua roja. Su amigo Chipriano, que era el conductor, le pasó la mitad del cigarrillo y éste lo terminó. Al bajarse cubrió el fusil con su abrigo. Se ajustó el sombrero y se dirigió a la discoteca. En la puerta entregó un pequeño sobre rojo. Lo recogió un joven alto de tez blanca y cuerpo musculoso que desapareció en la fría noche de diciembre.

 

Varios segundos después, el AK-47 y Ahuizote devoraban a plomo a un grupo de amigos que se divertían en un rincón. Lo vi arrastrarse sobre su propia sangre buscando salvar su vida. Un movimiento torpe para el depredador, que con sus botas golpeó varias veces la cabeza de su presa. Los amigos creían que vivían en un mundo ficticio y que eran intocables dado el poder de su papá, un empresario torpe y codicioso como el diablo. Nunca asimiló el destino rojo que viviría su familia, que Jorge Venganza, el patrón de estos asesinos, le iba a pasar factura, y mucho menos que no tenía el poder de cruzar los continentes.


Talento Alocado

¡Oh gárgola! Gritas con cada sollozo y tus hondas sacuden los cielos haciendo que el juicio derrame una lluvia de meteoritos sobre ti. Encadenado vives bajo el latido de esos seres luminosos. Eres castigado por tu maldad. Fruto desagradable que sale de tus entrañas. Ya no engañas como lo hacías en la tierra sagrada de tus antepasados.

 

Ahora solamente eres un recuerdo extremadamente pasajero y si los extranjeros algún día visitaran tu jaula, seguramente te pagarán con sus oraciones y te ahogarán con sus palabras y te crucificarán con mi talento alocado. Por cierto, gárgola, eres ciego de espíritu. Eres ceniza del vientre seco por naturaleza. Mi ego está al cien por cien en el desierto y por eso he errado en el agujero del inconverso que tenías prisionero y en su roto negro dejé versos sagrados. Sembrados serán para los extranjeros. Rotundo es el esquema en su esqueleto invisible para todos los vivos del universo.


Sólo basta un tormento

Otro día en el que no veo los rayos del sol entrar en la habitación cósmica de este payaso. Mis pasos se burlan de mí y hasta se prenden en fuego y gritan a través de mí: "¿Dónde está el soldado?" Ja, ja... tontos personajes.  Clavado lo tengo en la angustia de sus recuerdos.

 

No entiendo el remolino abstracto que sale de las huellas. Ellas Son el espejo de mis muertos a los que desmonté de su vuelo. Me pregunto y miro la otra cara de la moneda y respondo al hondo de ese pensamiento tan menesteroso. Si merecido lo tienen o no, no importa.  Están bajo mis pies y me han atormentado por siglos.

 

Mi cuello se desmorona entre las cenizas. Cenizas que llevan una sentencia de por vida. Oye payaso, en este momento donde los demonios se agrupan y cantan el veredicto con sus lanzas de tormento. En mi cabeza las neuronas se transforman en lágrimas y las desquiciadas no pueden apagar las llamas de este infierno.


Adiós Mundo

Miro con atención el día que me regalas y lo comparo con los antiguos pasajeros. Todos llevan una maleta y se aferran desesperadamente a esa luz veloz. Para ellos es agradable estar a tiempo en el lugar que se les indicó. Sus rostros son refranes de felicidad. Ella atesora todo ese don divino. Hoy convino este amor con la maleta que sostengo en la mano y se hace una mezcla incomprensible en el razonamiento humano. Yo, sí yo, el que escribe, lo he comprendido, pero no del todo. Pues tus pensamientos son tan profundos como el océano. Son tan vastos y misteriosos como Isaías 57:1. Es una bruma alocada, mis letras, le digo a mi ego mientras me desmonto de la carreta viviente. Camino hacia la puerta de la barra y grito: “Esto es apto, sólo para locos, pues, ¿quién quiere salir de su mundo?". Usted, querido y apreciado lector, disfrute de su copa de vino mientras pueda. Por mi parte, seguiré con mi whisky. Creo que me enloquece más. Así que, salud por ese consejo tan básico. Al fin y al cabo, tanto tú y toda esa bola de inútiles que te siguen, irán por el mismo camino que pisan mis pies.


NICO

Todos saludaban a Nico con efusividad, abrazándolo tan fuerte que me daba nauseas. Ahí estaba Nico, con una sonrisa en su rostro como si su mundo fuera mejor que el mío. Levantaba las manos en adoración a Dios, mientras su voz repugnante salía de su boca. Seguramente se sentía protegido bajo el amparo de nuestro supuesto padre celestial. Pero ese pobre iluso nunca imaginó que, varios asientos detrás, había un niño que fue testigo de todo y que ahora, convertido en un hombre, tendría el poder de cambiar su mundo. Y ese hombre soy yo, sí, yo, el formidable Brezo, el más buscado y el enemigo número uno de la ciudad de Filadelfia frente a toda esa congregación ciega. Y cuando digo ciega, me refiero en todos los aspectos.

 

El ser que parecía un muerto viviente se levantó de su asiento y se abrió paso entre los fieles. Al llegar a mi lado, me miró con una sonrisa brillante. Lo observé fijamente a los ojos y, una vez que pasó, giré la cabeza y me di cuenta de que se dirigía al baño. Miré a mi alrededor y todos estaban absortos en el sermón, así que me levanté y lo seguí. Abrí la puerta y di unos pasos, y allí estaba él, sacudiendo su miembro. Giró la cabeza, me miró y sonrió, diciendo:

—Magnífico mensaje el de esta noche.

Mientras lavaba mis manos, respondí:

—Tienes razón, es un mensaje verdaderamente adecuado para alguien que se esconde tras la apariencia de una iglesia y lleva a cabo actos asesinos.

Sus ojos reflejaron una mezcla de confusión ante mis palabras.

—Hijo mío, todos, absolutamente todos, tenemos el perdón de Dios. Nunca es tarde para arrepentirse cuando nos postramos ante el Señor y venimos a él con nuestros pecados, aunque nos arrastren al infierno—. dijo con convicción.

—Tienes razón, —interrumpí—. La fe es nuestro único refugio, una fe que tiene el poder de mover montañas, incluso aquellas que parecen actos mágicos enviados por el mismísimo diablo. Caminé con seriedad, convencido de que algo estaba cambiando dentro de él, una confusión en su retorcido mundo. Se detuvo y dijo: —Tu mirada es gélida y aterradora. Deberías entregársela al Señor para que pueda llenarte de alegría. Esto implica dejar que el Espíritu Santo haga su obra en tu vida.

—Como la tuya, tan transparente, capaz de ocultar los demonios que te arrastran—, le respondí.

—Esos demonios de los que hablas, Dios los ha sepultado—, afirmó antes de marcharse.

 

Hice lo que tenía que hacer en el baño, subí mi pierna al mostrador, coloqué mi pistola en la cintura y salí. Afuera, encendí un cigarrillo y dejé mi mente volar en aquella noche fría. Poco a poco, la gente empezó a salir y me mezclé entre la multitud siguiendo los pasos del delincuente. Cuando llegamos al final de las escaleras, todos se subieron a sus coches. Me pregunté si Dios amaba tanto a ese hombre como para permitir que la bala que saldría de mi pistola atravesara su cuerpo obeso y envejecido. Pero eso era imposible, solo tenía seis pies de distancia imposibles de errar, incluso en los tiroteos a los que me había enfrentado en las calles. 

 

Me detuve, saqué la pistola y pronuncié su nombre. Él se giró con su sonrisa repugnante y me espetó:

—Haz lo que tengas que hacer rápido, estoy apurado. Tengo hambre, hambre del cielo y hambre de devorar a alguien como tú, demonio.

 

También sacó su pistola y ambos disparamos al mismo tiempo. Nuestros cuerpos cayeron sobre la nieve acumulada. El canalla tuvo buena puntería, consiguió alcanzarme en el hombro derecho y los otros disparos impactaron en mi pecho. Mi disparo también dio en su pecho, pero la diferencia fue que, mientras yo me desangraba y veía cómo todo se volvía gris, los feligreses lo levantaron del suelo y él llevaba puesto un chaleco antibalas.

 

Sonreí irónicamente y pensé: "¿Qué te pasó, Brezo? ¿Te paralizaste cuando él se dio la vuelta? Era el momento perfecto, idiota, para enviarlo al otro mundo. Ahora, mírate, eres un bufón que se marcha a ese otro mundo con la peor de las sonrisas. Vayas a donde vayas, no habrá venganza que alivie el fuego de ira que arde en mi corazón. Ha terminado y el reloj seguirá corriendo sin mí".