
DELIRIOS
—Le dije a mi mundo por mucho tiempo: soy un reflejo honesto y vivo, una verdad que no oculta su luz. Si no te gusto, no es algo que me preocupe. Debes recuperar tu autoestima y transformar tu corazón. Pero no quisieron escucharme, y ahora, mírate. —Así le dijo la Soledad a un soldado mutilado, fruto de las crueles decisiones que tomó en la vida.
El hombre yacía en el suelo, sin ojos, brazos ni pies. A pesar de eso, su gran boca lanzaba llamas y serpientes emergían de las heridas en su cuerpo. Con furia y dolor, le gritó a la Soledad.
—¡Te maldigo por esta tortura que le has hecho a la humanidad!
La soledad, que iba montada en su caballo blanco camino a la batalla, gritó al aire libre, haciendo que las estrellas del cielo cayeran como misiles a la tierra.
—Tengo razón cuando enciendo la espada de mis elegidos en el mundo entero, y el bosque se incendia. Sus llamas destruyen todo lo que está seco. Su humo rojo los intoxica hasta tal punto que se vuelven locos. Sus gritos son tan devastadores que las naciones vecinas están aterrorizadas. Sus latidos son extremadamente acelerados, llenos de una adrenalina fantasmal.




Son cobardes y buscan meterse en una cueva. Tontos, no ven que, de cualquier forma, Hiroshima los alcanzó. La Soledad y la Muerte visitaron el campo de batalla, donde un ejército ciego y torpe había desatado una guerra inútil. Fue la Muerte, quien había planeado todo, la que disfrutó del momento, sabiendo que había conducido a esos soldados a su destino. La Soledad, montada en su caballo blanco, con su túnica roja y su corona de la victoria, siempre supo que el ego de un ejército ciego y torpe sería devastado.




La muerte, sobre su caballo escarlata, con su túnica negra y su corona oxidada, sacó su espada y se precipitó con gran furia hacia la soledad, que, al oír los pesados pasos, desenfundó rápidamente. Salió al encuentro de su adversario. No hubo un aburrido duelo que solía tener la muerte. No se oyó el fuerte choque del acero de las espadas. Solo hubo un movimiento ágil y veloz, como un trueno que hizo desaparecer la cabeza de la muerte, y una luz brillante que se tragó la soledad para devolverla a su trono.



