ÁQUILA ROJA

No hay cielos entremedios del odio. ¿Acaso es sabio el consejo alterado que deja marcas en sus cuerpos? Si las heridas pudieran hablar y confesar, ¿cuál sería la deuda? Optaré por emplear las herramientas necesarias del sigilo para asegurar con firmeza cada pisada en la posada. Un lugar donde se ha visto al asesino, ya sea de noche o de día, sin importar, le clavaré la daga.

Un dato importante resalta entre las ratas presentes, cubiertas con abrigos de pieles desgastadas. Una unanimidad que no sirve ni para custodiar la entrada. Más bien, sus débiles fuerzas se unen formando filas en el filo de mi propia navaja. Les aseguro, águila roja, que haré de sus cuerpos una saga inolvidable, incomprensible y adaptable al cable de tensión que sostiene la viga sobre ellos.

Al llegar al pueblo, Atuz Brignoni se encaminó hacia la posada. Al adentrarse por las puertas de madera, las miradas brillantes de los presentes se posaron en él, contemplando a un hombre vestido con un largo abrigo de plumas de águila. Frente a él, el asesino disfrutaba de una cerveza. Su rostro pálido, o más bien, de semblante apasionado, con aire de guitarrista frustrado, parecía albergar parásitos. Su peinado desaliñado lo hacía parecer más débil y necio de lo que pretendía. Su frágil cuerpo, cubierto por una gabardina negra con un leopardo dibujado en la espalda, era repulsivo.

Al escuchar su nombre, The Black Demon se giró y clavó una mirada vacía con toda la fuerza de su alma. En ese instante, se quedó petrificado. Lo único consciente en ese momento abstracto eran sus ojos negros, y en esa esfera opaca se podía observar claramente cómo se gestaba una tormenta roja. Esta se tragó a águila roja y sus vientos violentos navegaron con él hasta su corazón. Descubriría entonces el porqué. Sería como contar un secreto a un forajido que jamás volvería a ver.

Lo primero que percibo es un complejo que perfora y ladraba a su autoestima, provocado por su dentadura imperfecta. Ahora entiendo por qué arranca los dientes y labios a sus víctimas. También veo una reliquia antigua que incita a la reflexión… visualizo un corazón destrozado por lo que sembró. En su interior veo cuernos de venado en todas partes, trofeos en su cabeza. Comprendo aún más los crímenes brutales contra mujeres. Observo sus profundas depresiones causadas por esa mujer malvada. Veo signos de interrogación flotando en su aterrado ser, preguntas de todo tipo al divino. Veo el alma de un niño con sueños de grandeza, derrumbados por una familia trastornada. Veo muchas más cosas aterradoras que prefiero anotar en las alas de águila roja, siempre fiel y atenta a mi entorno. Es ella quien me ayuda a salir rápidamente del abismo negro del asesino.

Al retornar a mi cuerpo, águila roja se desvanece, llevándose consigo el alma corrompida del asesino, mientras su endeble figura se desploma en su río interno de sangre. Los inútiles, al escuchar el golpe del muerto en el suelo, se alborotan y se preparan en posición defensiva, desenfundando sus patéticas armas. No hay salvación para estos desquiciados. Son ellos mismos quienes abren paso a la sentencia, iniciando la cacería en la posada.

Siete días después

La peste comienza a envolver la pequeña ciudad de Illinois. Los habitantes de Chicago se agitan más de lo debido. Mi buena amiga águila roja me transmite las palabras del sheriff difundidas por los medios televisivos.

—Los cuerpos putrefactos y desmembrados colgados de las vigas son el amanecer de buenos días. Son el anochecer de buenas noches. Un pueblo sin justicia es un panal deseado por los ladrones de almas que buscan devorar su dulzura. Ellos anhelan apoderarse de la miel sin pensar dos veces para imponer su filosofía—. Águila roja finalizó, adoptando una postura letal.

Mientras tanto, yo elijo percibirme como un forajido encerrado en un águila, volando incansable sobre las ciudades destrozadas. Siempre alerta a las almas perdidas, arrebatadas de su infancia bajo la fuerza de la inocencia y transformadas en oscuros demonios. Emergiendo de las sombras más profundas, buscan sembrar terror revestido de una justicia coja y devastadora. Por eso, vuelo incansable con mi amiga roja hacia otra ciudad, quizás la tuya, la suya o incluso la mía. Solo sé que buscaré justicia.

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