El CUERVO GUERRERO

Todo está listo y el cuervo entra en ese roto negro. Algunas veces se viste con su traje de detective y observa todo con su ojo galáctico. En él carga un telescopio que expulsa un rayo quebradizo rojo. Ve a los gusanos arrastrarse con rapidez para tomar su posición defensiva. El cuervo estira su cuello y lo lleva debajo de las alas. Entra en su arsenal y saca una granada. Aletea mucho más fuerte en busca del rayo de sol, ese que alimenta su venganza, y los gusanos en el cuerpo podrido comienzan a sentir el frío de la muerte que les recuerda la tormenta musulmana que soltó el dragón.

¡Cómo se derretían los cuerpos en aquel bosque! Sus espíritus duraron, encerrados durante décadas, buscando con desespero sus cuerpos. No fue hasta que llegó ese humilde y elegante jinete montado en su caballo blanco y los liberó. El cuervo sacudió su majestuoso pico y la granada se disparó lentamente. En el subconsciente de los tiranos gusanos, la infame muerte llegó primero y les quitó el sello de la gracia. Un solo milésimo ha sido sus vidas. Ya no hay placeres en sus historias ni burlas en sus quijadas rotas. El tormento de sus espíritus va de prisa hacia su primogénito. En él o ella no existe un solo pensamiento para el cuervo que lo cite a la guerra, pues donde no hay vida, no hay justicia ni esperanza.

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