POBRE PERRO HAMBRIENTO

En su búsqueda interna, ese perro hambriento se sumerge en las sombras del misterio, ese rincón profundo que se asienta dentro. El terror dibuja sus formas visibles y el aire, cargado de memorias, suelta aromas que activan el vómito, sin aviso previo.

Mi lápiz, intrépido, porta la esencia en su trazo que encadena palabras sobre la mesa. Se despliega sobre la libreta y las frases carcomen la mente macabra. No es necesario mirar tu autoestima, si la pobreza la anida, caída al suelo. Ella anhela lo que tengo, busca mi arte, pero mi esencia fluye sola, liberando lirismo desde el corazón de la musa.

Como una araña, tejí mi destino, disfrazándome de mago, entreteniendo a mis rivales con un simple truco. Ahora me siento en mi trono, observando cómo los leones acechan con sigilo a sus presas, en un baile de destreza. Les dejo una sonrisa que se desliza como una brisa que acaricia su necedad, pero mi risa sigue siendo mágica y tiene tanta fuerza que los envuelve en una sombra negra.

Nacido del humo, los dioses susurraban en risas calladas. En mi cuna de asfalto y polvo, las balas y la sangre dibujaban caminos en las cunetas, alimentando mi hambre y dándome abrigo. Detrás de una máscara, aprendí a jugar con los sentimientos, y aunque añoro a mis caídos, mi corazón se forjó en acero para resistir la tempestad.

Aun estos enemigos no recitan mis versos, los arrastró a su destino, una tarea ardua de desarmarlos en su propio juego. Pero en mis ojos hay un brillo que enciende mi ánimo, una chispa de entusiasmo que nunca se apaga.

Cada voz que me recite fielmente encontrará fortuna y la sabiduría le abrirá las puertas con firmeza. Vivo aferrado a las promesas de mi padre, consciente de lo efímero del tiempo, pero ningún simple mortal define su curso. He descubierto la compañía de los dioses, pero sobre ellos hay un creador, aquel que ilumina mi senda.

Camino descalzo sobre brasas ardientes, un conocimiento que pocos ciegos poseen; el fuego me enseña su abrazo en cada paso. A veces tambaleo, pero, al caer, elevo la vista hacia el cielo, al lugar que me aguarda. De allá viene mi auxilio, mi refugio entre las estrellas.

¡Pobre perro hambriento, que acecha en las sombras con afán violento; su envidia lo consume y lo deja sediento, sin embargo, mi espíritu se alza, fuerte y atento, imparable ante su débil intento!

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