POETA INEPTO

En un instante, me encontraba allí, como un alma perdida, hipnotizado por el torrente de sangre que brotaba de su cráneo. El sonido resonaba profundamente en mi ser y me provocaba una repugnancia indescriptible al contemplar en qué me había convertido… Fue culpa mía, fue culpa tuya, fue culpa del mundo… ¡Vagabundo! Así lo bautizaron al ángel que lo acompañaba en aquella noche tan negra. ¿Soldado inepto? ¿Obrero sin talento? Las palabras se desvanecen en el aire como hojas marchitas, pero puedo jurarles que no fue culpa mía.

Todo recae en ella, en esa Bella que hizo caso omiso a las palabras de los necios que aseguran que dos tontos no pueden vivir juntos. Persistió y esperó a la muerte con ansias, pero la forma en que ésta la buscó no fue de su agrado. Isabella ejecutó su lápiz en el cementerio de los poetas callejeros, dañando la lápida de mármol. En su falta de claridad, se ahogó con su llanto, perpetuando actos salvajes que lo llevaron a sumergirse aún más en sus propias letras. 

Un poeta deprimido, eso dicen los conocidos. Se pegó un disparo en sus propias entrañas, en el campo y en la ciudad se susurra sobre su desgracia. Un ensayo purgado, lleno de sabiduría, para los poetas que escriben desde sus cómodos sillones. Pero vivir el tormento enloquecedor del autor es un fastidio oscuro, un laberinto insondable de sufrimiento.