
INOLVIDABLE
Todo era un caos en aquel inolvidable día de verano en San Diego, California, del 2015. Mi miserable padre se había vuelto loco. Había enviado a mi santa madre al otro mundo. No podía creerlo cuando el día anterior, a primera hora de la mañana, estaban felices por su aniversario de bodas. Incluso salieron a comer y a festejar. Volvieron muy tarde por la noche, cosa que no solían hacer. Pero ese día iba a ser inolvidable para mi madre y para mí. Seguro que se sentía en las nubes. Habría recordado aquellos tiempos de juventud en los que uno hace lo que sea para ganarse el amor de otra persona.

Entre lágrimas y sufrimiento, traté de recordar su despedida. Recuerdo que estaba jugando a un videojuego en la computadora cuando, de repente, vi a mi madre con una sonrisa en su hermoso rostro, acompañada de una pregunta. Me preguntaba cómo se veía con su traje negro que dejaba al descubierto su blanca espalda.
Estaba un poco confundido al ver tanta alegría transmitida por mi querida madre. En aquel momento, comenzó a dar vueltas como una bailarina, algo que me hacía desde pequeño delante de mis amigos para que me molestara. Le dije que estaba muy guapa y, de paso, le pregunté adónde iba tan refinada, pero su respuesta fue interrumpida por mi miserable padre. Él mismo la tomó de las manos y se la llevó.


Durante la mañana y la tarde siguientes, el sol había brillado, dando un resplandor como nunca. Pasaron las horas y el tiempo comenzó a acumular nubes que, en poco tiempo, se pintaron de un gris oscuro y pronto se rompieron, derramando su refrescante lluvia.
Fui a la habitación de mis padres. Intenté abrir la puerta, pero estaba cerrada, lo cual me pareció muy extraño, porque eso era algo raro en nuestra casa. Recordé su partida y pensé que habían llegado casi al amanecer y seguramente estaban agotados. Fui al patio y recogí la podadora que había utilizado durante la mañana. De paso, recogí la ropa de mi madre que estaba en el tendedero.

Al regresar a la casa, se me ocurrió prepararles un delicioso desayuno y aprovechar para felicitarlos por su aniversario. Eso fue exactamente lo que hice. Cogí las llaves de la pared y fui a la habitación. La abrí y encendí la luz. Mi cuerpo se congeló cuando vi a mi querida madre tumbada en la cama con su vestido de novia todo ensangrentado. Los platos se me cayeron de las manos, haciendo que recobrara el sentido. Me dirigí con gran sufrimiento hacia mi madre. La tomé en mis brazos, pero ella no hizo ningún gesto de supervivencia. Grité “mamá” tres veces, pero seguía inmóvil. La abracé y la besé durante un rato, y luego mis ojos recorrieron toda la habitación en busca de mi maligno padre.

Allí estaba, colgado del armario con una cadena al cuello, pero no me indigné en revisarlo. Solo miré al suelo y hallé el cuchillo ensangrentado que faltaba en la cocina.

Añadir comentario
Comentarios