El DEPREDADOR

Me encontré con tu mirada desnuda, pero no era la que Dios había creado. Estaba maltratada, lastimada y agobiada, con su espíritu sucio y salado. Me pregunté si las lágrimas eran culpables. En mi sano juicio, respondí que merecían ser ejecutadas y quitadas de su propósito. Me digo a mí mismo, qué vida nos ha tocado, ahogándome en el mismo llanto que has arrastrado hacia mi mundo.

El dolor es poderoso en los humanos, es una transición que arrastra y ciega la mente de los sentimientos vivos. Tal vez mañana no sea un día feliz para muchos, pero para otros como tú y yo, la gravedad de la gracia divina nos regala una triste esperanza al final de ese túnel tan tenebroso. Es penoso despertar con ese monstruo acosador y enfrentarlo. Es cosa de locos cuando miramos en ese instante al cielo y vemos que no hay nubes, que no hay sol y que todo está gris. Pensamos que estamos solos, qué fastidio, qué delirio, qué miedo sentimos en ese momento.

Tomar la única solución parece estar allí, con una pistola, una navaja, una cuerda y un frasco de pastillas. Y una voz se escucha tan lejos que se hace difícil identificar, pero ahí está. Cada día, enfrentando a ese monstruo, muchos logran identificarlo y lo llaman Jesús. Encuentran su último respiro. Hay otros que simplemente no pueden, tienen temor de cruzar ese túnel y el monstruo termina devorándolos, no solo a ellos, sino a toda su descendencia.

Así es ese monstruo, siempre tiene hambre y sabe que, en esa cadena familiar, su veneno llamado depresión, se ha regado como un virus.

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