El HOMBRE Y SU INFIERNO
—¡Ay! —gritaba ese pobre hombre encadenado—. ¿Cuándo llegará la muerte? —preguntaba a la rata que lo acompañaba día y noche en el calabozo—. ¿Cuándo mis ojos dejarán de ver esta poca claridad que entra por esa pobre ventana alocada que está sobre mí? Ustedes dos se han convertido en ese testigo fiel. Me llenan de fe en el espíritu que reposa en este cuerpo. Ponen el vino en la copa y no se dan cuenta de que se convierte en esos deseos de seguir luchando, pero esta carne me dice lo contrario.
Rata, no eres tan malvada como el mundo pretende. Solo haces lo que tienes que hacer: sobrevivir. Pero, condenada, deja de morder mis pies. ¿No ves que me lastimas? Tú, ventana, obsequias tu luz para que mis ojos vean cómo la rata lucha con todas sus fuerzas para arrancar un pedazo de mi carne.
Luego, la condenada va a un rincón a hartarse su asquerosa panza, pero ¿quién puede juzgar si fue diseñada para este momento amargo? Si el arquitecto de este universo siempre tiene un “as” en la manga, no hay cómo llevarle la contraria en su soberanía. Todo parece injusto para mí y para todos los que estuvieron presentes aquel día de mi sentencia. Todos los que sabían que era inocente se quedaron con la boca abierta. Sus ojos lloraron de espanto. Sus conciencias desearon formar un boicot al gobierno, pero no; eso no sucedió, gracias a Dios. Pues no puedes pagar mal con bien.
Lo que ocurrió fue algo más injusto. Hubo ciertos valientes que escribieron “Liberen a Rogelio Bermúdez” en carteles. Estos pobres hombres y mujeres fueron brutalmente asesinados en el mismo hotel de diez estrellas. Sí, porque aquí las cinco estrellas no existen. Esto es lo máximo. Cada uno de ellos fue llevado ante mi presencia. El gorila lo sujetaba del pelo, lo sacudía violentamente y luego lo golpeaba con su macana. Obviamente, yo les gritaba que se detuvieran, y los tiranos se burlaban y los azotaban más fuerte hasta que se cansaban.
Cuando terminó el repugnante espectáculo, lo llevaron a las celdas contiguas y los gritos señalaron el terror. Los que lograron escapar no volvieron a levantar una pancarta. No podía cargar con esa culpa. Me basta con la agonía que siento por los que dieron su vida por mí. Estoy seguro de que cada uno de los que pusieron los carteles en las plazas, en los barrios, en las urbanizaciones y en cada rincón de la ciudad donde nací, mi bella Mayagüez, fue fiel a las letras que salieron de mi puño. Hoy le pregunto a la rata y a la ventana dónde está la libre expresión. No te apresures, rata, a buscarla. Me tomo la molestia de presentarla como creí encontrarla.
El cínico estaba en una letrina llena de mierda. Para aquellos que tienen un cuello blanco, la corbata como lengua venenosa, sus manos y pies vestidos de feroz injusticia, son los que merecen estar en mi posición. No con una rata, sino con cientos de su especie que los devoren. Que con cada mordisco sientan el plato de comida que les quitan a esos niños, a esas ancianas, a esos pueblos, a esa nación, como, por ejemplo, la bella Venezuela.
Rata, ¿crees que Puerto Rico se librará de estos dragones? No lo creo. Es solo cuestión de tiempo. ¿Sabes algo, rata? Puedo dejar esta historia abierta en el subconsciente del lector. Que la cierre a su manera. Que construya lo que pensé. Incluso puede ser un perfume derramado en la perfección de mi pensamiento. O puedo vestirme de Sansón y romper las cadenas. Luego romper los muros, pero primero te devoraría y después te cagaría mil veces. ¡Eso suena bien! Sería como tener un ataque de diarrea.
La rata, la ventana y el humano. Una combinación imperfecta. Estoy seguro, rata, que en la otra vida serás tú la que esté atada a una parrilla donde el fuego será tu mejor aliado. Creo que has cumplido tu veredicto. Pues en estos momentos mis ojos se apagan. Mi cuerpo ya no quiere moverse. Te estoy narrando estas últimas palabras con la cabeza al revés y la sangre me acompaña. El sudor está tan caliente que me quema. Crees que has ganado; no te hagas el tonto. Pero sé en mi interior que, cuando todo se apague, escaparé por esa ventana. Iré montado en ese rayo de luz. Él se encargará de llevarme a la presencia del soberano, pero tú seguirás en esta asquerosa tortura, esperando a otro como yo. Sabrás que nadie en este mundo puede detenernos. Somos la sal de la tierra, la vida andante, la fuerte caballería del rey. Estamos diseñados para el día que viene. Elegidos por quien lo creó. Me voy, rata; ha llegado el momento. Soy libre, siempre lo fui.
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